Por: Paula Gallego
Fue un veintitanto de Julio del año 2000 algo. Me acompañó al aeropuerto una delegación de amigos cercanos y mi familia. Ese día almorzamos en la casa de mi mamá sancocho Antioqueño, porque quién sabe cuando volverás a comer sancocho, decían.
Durante la comida, los más bilingües me instruyeron en las palabras que según ellos me sacarían de apuros, “mientras aprendes el Idioma que posiblemente va a ser muy rápido”. Creo que puedo decir que la primera palabra que aprendí antes de montarme al avión fue “refill” que significa volver a llenar algo, la coca cola por ejemplo.
Todos estaban muy felices por mi, con mucha nostalgia también, pero sobre todo con mucha expectativa. Me estaba yendo tras un amor. Así como lo oyen, dejé todo en Colombia por el amor de mi vida.
Bueno ese “todo” es relativo porque no tenía nada; un diploma recién recibido, un trabajo de principiante y una cuenta de banco con fondos… En bajo.
Pensándolo bien, si estaba dejando mucho, no solo mi familia y mis amigos, sino mis años de educación, los olores, los paisajes, mi forma de hablar español, mi manera de percibir el mundo, mis recuerdos.
Llegar a Boston fue una de las experiencias más mágicas que me han pasado en la vida, todo me parecía lindo, todo me olía rico y todo se me hacía divertido.
Llevando una semana de desempacada, me dice mi esposo mi novio en aquel entonces, te voy a llevar a East Boston el barrio colombiano a comer sancocho. Primera decepción para mi comité de despedida.
Estando en el restaurante, así de aventada que soy le dije al administrador, ¿no necesita meseras? Me miro de arriba abajo y en dos minutos me dijo “empieza en dos semanas”.
Este era un restaurante colombiano, pero cuando digo colombiano, me refiero a las pequeñas cafeterías de pueblo donde venden empanadas, chorizo, pandebono, mondongo, bandeja paisa… En fin, lo que ni los que estamos en Colombia comemos normalmente. Así, empecé mi trabajo de fin de semana donde me hacía un dinero extra y durante la semana estudiaba inglés.
Con los días empecé a aprender que todas las meseras del restaurante eran de un pueblo de Antioquia, mi estado o departamento, llamado Don Matías. Todas habían migrado a los Estados Unidos buscando una vida mejor para ellas y sus hijos a quienes habían dejado al cuidado de sus abuelas o algún otro familiar.
¿Y vos como llegaste? Me preguntaban. Y yo, no pues hice escala en Atlanta a visitar a una amiga. ¿Ah no te viniste por el hueco? A partir de ese momento, mi percepción del inmigrante cambió por completo.
Digamos que mi nivel de inglés era -1. Supuestamente en mi colegio contábamos con una de las mejores profesoras de inglés de la ciudad, pero yo era demasiado indisciplinada para aprender.
A medida que avanzaba en mis cursos mi inglés mejoraba un poco, pero a mis compañeras del restaurante les parecía que yo hablaba divino cada que el mismo policía americano venía por su café.
Estas mujeres nunca aprendieron a hablar inglés. ¿Pero como es posible que uno viviendo en Los Estados Unidos por años no domine el idioma? Es la pregunta que varias personas me han hecho con los años y la respuesta es simple. Para aprender a hablar inglés en este país se necesitan dos cosas, dinero y tiempo.
Cuando uno tiene dos o tres trabajos y el único tiempo que le queda libre es para lavar la ropa y asear un poco su casa, y además vive en una comunidad donde la mayoría de la población habla español, es realmente difícil aprender a hablar inglés.
Yo no hacía parte de este grupo, pero el factor tiempo hizo que tardara en dominarlo. Aunque cuando después de un año hablaba con mis amigos en Colombia y me decían, ¿y que ya lo hablás y lo entendés? Segunda decepción para mis mentores, el inglés no entra por ósmosis.
A diferencia de lo que yo pensaba de Boston que todo era espectacular, a estas mujeres la ciudad, el país, el trabajo del restaurante les sabía a lo que sabemos, y su único anhelo en la vida era volver a su pueblo natal.
Para conocer un poco más sobre este fenómeno migratorio que tuvo origen en las montañas de mi región, los invito a leer aquí.
En 11 años mi percepción ha cambiado por completo y aunque cada día soy más colombiana, cada vez me siento menos de allá y siento que nunca seré de aca.
Acá les dejo esta canción que en su título resume lo que sentimos muchos inmigrantes.
-Paula.
2 Comments