Por: Paula Gallego.
Una noche, hace mucho tiempo cuando era universitaria en Medellín, venía de la disco tienda donde trabajaba -que por cierto me cambió la vida porque allí conocí a ese cliente insistente que iba a escuchar música y comprar CD’s sólo para verme… Ya se imaginarán quién es, pero eso merece un artículo aparte- me bajé del metro, tras un día largo de clases en la universidad y 8 horas de trabajo, totalmente agotada físicamente, con hambre y renegando porque tenía que trabajar y no podía vivir mi vida “normal” de universitaria como todos mis otros amigos.
Comencé a caminar hacia mi casa y muy enojada me puse a hablar con Dios, le pasé la lista de todos los por qués que tenía en el momento. De pronto un hombre se me acerca y me dice “niña no tiene algo de dinero para que me ayude? Soy enfermo de SIDA y voy de camino al hospital porque me están fallando los pulmones. Como no tengo para pagar el tiquete del bus son dos horas caminando, pero si usted me colabora puedo llegar más rápido”.
Dicho esto, empecé a llorar y a pensar que hacía un minuto yo estaba renegando de mi situación y ahora se me aparecía este hombre para darme una lección de vida. Mientras el trataba de calmarme, nos sentamos en la acera y empezamos a conversar. Me contó de su enfermedad y me dijo que por su situación se había quedado sin trabajo y su familia le había dado la espalda. Yo, muy conmovida, saqué el único billete que tenía y lo cambié para darle la mitad. El, agradecido, me escribió una nota en mi cuaderno con su nombre y el teléfono de la fundación donde vivía.
Seguí caminando con la mente revuelta, muy impactada por conocer a alguien con sida y, lo peor, en esas condiciones. Nunca paré de llorar…
Cuando llegué le conté la historia a mi familia y todos concluimos que había sido una señal divina, se me había aparecido el “Ángel de la Guarda”. Fue un momento familiar de reflexión, de cuestionamiento y de agradecimiento por la vida.
Esa noche no dormí. Estaba conmovida por varias razones. Tener SIDA! Qué horrible debía ser esa enfermedad que sólo había visto en películas. Estar solo por la vida batallando con semejante condición, pero lo que más me hizo pensar era mi cansancio y frustración. Esa frase de “cuando creas que estás mal mira para abajo” me salía a la perfección.
Al día siguiente llegué a mi trabajo, repetí la historia y una amiga me dijo: “llamemos al número que te dio para saber cómo está”.
Efectivamente era el número de una fundación, pero cuando preguntamos por Carlos nos dijeron: “Carlos es un estafador que pide en nombre de esta institución, es cierto que él está infectado con sida pero se aprovecha de su condición para engañar a la gente.”
-Silencio.
-Risas.
-Decepción.
Varias cosas aprendí de esta anecdótica situación: realmente nunca estamos tan mal como pensamos, siempre habrá alguien en peores condiciones. Con respecto al engaño, está en todas partes pero lo que hacemos con él es lo que nos diferencia de quien lo perpetra.
Del SIDA he aprendido que con los tratamientos y avances de la ciencia de hoy en día, el pronóstico de vida ha aumentado para muchos pacientes. Para conocer más sobre esta enfermedad he encontrado este website.
Gracias por leer!
-Paula.
Leave a Reply