Los que me han leído un poco saben que tengo algo especial con la comida. Por muchas razones me cautiva, la fotografía de alimentos por ejemplo se robó mi corazón y logró desplazar el amor que tenía por los retratos. También con los años se me ha despertado el gusto por cocinar. Cada vez que vuelvo a Colombia, mi país, voy a la sección de frutas del supermercado a buscar granadillas, una exquisités que nunca he encontrado en los años que llevo viviendo en Estados Unidos. Pero mi inquietud va más allá de unas fotos provocativas y perfectas, o de recetas saludables o al contrario bien engordadoras. Me intriga saber cuál es ese efecto que nos produce pensar en cosas que comimos cuando
Investigué un poco y esto fue lo que encontré. De acuerdo con  un artículo publicado en Harvard University Press, en nuestro proceso evolutivo la comida ha ocupado un lugar muy importante en el cerebro, especificamente en el hipocampo. Éste es el que se encarga de almacenar memorias a largo plazo y es digamos, ese proyector que construye la película de nuestra vida. Además, el hipocampo está conectado con partes del cerebro que son más sensibles al olfato y las emociones.

Muy intersante, pero para ser honesta, no fue nada nuevo saber que nuestro cerebro se apega a recuerdos que son traídos a la vida a través de un olor, un sabor, o quizás una canción.

Pregunté a mis amigos qué tipo de comida les recordaba algo en especial y esto fue lo que me respondieron:

La colada de maizena que hacía mi abuela, los frijoles…a mi madre, obleas de Caldas visitando a mi hermana Gloria Lucía, el sancocho me recuerda los fines de semana en la finca, el cernido de guayaba que hacía María en La Estrella, la mazamorra a mi abuelita, La carne con tomate de la tía Ñoña, las arepas de la negra después del tunel cuando dábamos la vuelta a oriente, los frijoles con encurtido de tu agüelita, las panelitas de mi mamá sobretodo la de piña, arroz con coco y quesito, los bombones que hacía Anita Fonnegra en casa de Nana, tu tatarabuela…

Leyéndolos se me hizo agua la boca y empecé a recrear momentos de mi niñez. Se me vino a la mente un postre de peras que hacía mi madre cuando yo estaba muy pequeña, y que nunca más volví a comer, pero tengo la combinacion de sabores en la cabeza.

Lo más particular de mi pequeña encuesta, es que nadie mencionó platos sofisticados, todos evocaron comida casera, barata, del pueblo…comida del alma.

En la película animada Ratatouille representan perfecto cómo un platillo simple, del campo, devuelve a la infancia y un poco a la humildad a un crítico de alta cocina, snob y muy prepotente.

Para ver el fragmento de la película puedes hacer click aquí

Yo seguiré en la búsqueda de comida que me llegue al alma, de recetas que perduren en el tiempo como la de este pie de manzana, que preparábamos cuando empezó nuestra historia en este país donde no encuentro granadillas, ni dulces de abuela…

¿Y a ustedes qué comida los devuelve en el tiempo?

Gracias por leer y recuerden nutrir el alma de recuerdos, del olor de las flores, del frío de la montaña, y de platos compartidos en familia porque el corazón y la panza no saben de alcurnias. 

 

 

 

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